lunes, 20 de agosto de 2012

CAPITULO 4 POLÍTICA Y ARQUEOLOGÍA

En la foto Don Gratiniano Nieto I jerarca de la UAM bajo la sombra del caudillo con otras destacadas personalidades del régimen falangista.

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 Los políticos y Arqueología
Los regimenes totalitarios reforzaron su autoridad apelando al nacionalismo
extremo. Me centraré en el análisis de este aspecto en Italia y en Alemania para
después pasar a realizar una comparación con España. Central al ideario
mussoliniano fue la apropiación del pasado clásico romano. Para Mussolini éste
representaba grandeza, valores espirituales y destino y todo ello se incluía en el
concepto de romanità. En 1922 diría:
Nosotros vemos en Roma la preparaciónd el futuro. Roma es nuestro mito.
Soñamos con una Italia romana, es decir, sabia y fuerte, disciplinada e
imperial. Gran parte del espíritu inmortal de Roma renace con el fascismo:
romano es el fascio, romana nuestra organización de combate. (Mussolini en
Canfora 1991: 83).

 Mussolini haría empleo constante de la imagen de los emperadores romanos,
especialmente de la del precursor de los mismos, César (Wyke 1999), como sobre
todo de la del primer emperador, Augusto (Stone 1999: 208). Pretendía la creación
de un nuevo ciudadano romano muy lejos del italiano escéptico y débil que él veía
en sus conciudadanos: el nuevo estaría basado en el ejemplo del pasado – duro,
determinado, un luchador, un legionario de César para el que nada es imposible.
Ahora bien, lejos de emplear el modelo romano encapsulado en el concepto de
romanità de forma monolítica su uso {FINAL DE LA PÁGINA 35} se caracterizaría
por una extrema maleabilidad: lo mismo serviría para reclamar una vuelta a los
valores romanos en los años veinte, como para evocar imperialismo, militarismo y
xenofobia tras la invasión de Etiopía en 1936 así como para aludir al orden social y
familiar (Stone 1999: 207-8; Visser 1992).


En contraste con las opiniones expresadas por Mussolini y por Hitler es patente que
para los dictadores españoles, Miguel Primo de Rivera (1923-30) y Francisco
Franco (1936/39-1975), la profundidad histórica de la nación española tenía su
punto de arranque – con más claridad en época franquista (Valls 1986) que en los
años veinte (Fox 1997) – en el siglo XV, en los Reyes Católicos, viendo su apogeo
en el XVI, en la época de Felipe II, épocas áureas que ahondaban sus precedentes
unos siglos hacia atrás abarcando hasta la época de la reconquista cristiana. Si con
los Reyes Católicos se había conseguido la unificación religiosa y territorial de
España además de haberse producido el descubrimiento de América, este primer
connato imperial habría legado a su esplendor y época más gloriosa durante el
reinado de Felipe II. La retórica religiosa de ambos regimenes dictatoriales, en parte
basados en el apoyo de la iglesia católica, hacía uso de los antecedentes
medievales de la lucha contra la España musulmana. De todo lo aún anterior se
rescataban hechos históricos aislados y metáforas convenientes: el imperio romano
como ejemplo del imperio español en época moderna, Numancia o Sagunto venían
a dar las últimas pinceladas a la construcción histórica de la nación española. Las
menciones a la arqueología de los líderes dictatoriales de la España del siglo XX y
de los políticos más cercanos a ellos, por tanto, no es de extrañar que fueran más
bien prácticamente inexistentes. Es cierto que sí se puede aludir a ciertas
excepciones en la época más radicalizada – la inicial – de la dictadura franquista,
como por ejemplo los actos celebrados en la semana Augustea de Zaragoza en
1940, en la que con ocasión del regalo de Mussolini a Zaragoza de una copia de la
estatua del Augusto de Prima Porta, se organizaron varios festejos oficiales en los
que participaron los ministros de Gobernación, Serrano Suñer, y de Educación
Nacional, Ibáñez Martín (Duplá 1997). De 1950 data una de las raras alusiones que
hiciera Franco sobre la Antigüedad.

La Arqueología en la Italia fascista
En Italia el énfasis de Mussolini en la romanità y su interés en todo lo clásico llevaría
a un claro aumento de la atención puesta en este periodo. La institucionalización de
los estudios clásicos – entre ellos la arqueología clásica y en grado menor otros
tipos de arqueología – se puede ver en la creación de nuevas instituciones, la
expansión de las ya existentes y la modernización de la legislación referente al
mundo antiguo, además de en la intensificación en las excavaciones que se
ocupaban de periodos gratos al régimen. En este panorama no todos los
arqueológos actuarían como simples espectadores sino que más bien muchos de
ellos permitirían que las circunstancias les favorecieran prestándose incluso algunos
a participar abiertamente en la causa fascista. Bien es cierto, sin embargo, que no
todos los que promoverían actividades en torno a la exaltación del periodo romano
serían arqueólogos, siendo el ejemplo evidente Pietro de Francisci, catedrático de
derecho y rector de la universidad de Roma en los treinta y cuarenta. Por otra parte
tampoco todos los arqueólogos apoyarían el régimen, ya que hubo quienes, como
Ranuccio Bianchi Bandinelli, se opondrían claramente a la fascistización de la
arqueología. Por último, quizá sea necesario aludir a otros quienes, pese a su
ideología conservadora y apoyo inicial al régimen, se verían perjudicados por los
cambios políticos ocurridos durante el fascismo, siendo éste el caso de Alessandro
Della Seta, a quien le afectarían las leyes antisemíticas de 1938.
En la primera institución, El Istituto di Studi Romani se formó sobre la base de
simpatizantes del partido fascista poco después de la Marcha a Roma, y publicaría
la revista Roma en la que, junto con artículos académicos, se publicarían otros que
estaban más conectados con la pura labor propagandística del régimen (Cagnetta
1976: 145; Canfora 1991: 67; Visser 1992: 10). En el Museo del Imperio su director,
Giulio Quirino Giglioli, sería el designado para dirigir los proyectos arqueológicos
más políticamente significativos de la etapa fascista, incluyendo las excavaciones
del Mausoleo de Augusto (ver infra). El sería igualmente el promotor de la Mostra
Augustea de la que se hablará más adelante, la más grandiosa exposición de
arqueología durante el régimen fascista. No sería el único en colaborar con el
régimen, como quedaría patente en la Mostra.
El fascismo aspiraría a convertir las ciudades italianas, y en particular Roma, en una
metáfora viva de la Roma imperial. No significa esto es que se organizara una
política coherente para alcanzar este objetivo, pues lo común sería que las
actuaciones se caracterizaran por un alto grado de oportunismo. En 1925 el alcalde
de Roma explicaba de la siguiente manera su visión de futuro para los monumentos
antiguos de Roma:
En el presente renacimiento nacional, que en el augusto nombre de Roma
llevará a Italia a su destino imperial, la administración de esta ciudad desde el
Campidoglio siente la gravedad de la misión a ella encomendada: una misión
que no sólo conlleva el necesario desarrollo de la metrópolis moderna sino
que también incluye la conservación, excavación y valorización de los
vestigios de la antigua Roma (en Kostof 1978: 279).
 El Duce mismo alentaba estos planes en un discurso de 1925 adelantando que en
“en cinco años Roma debe aparecer maravillosa a toda la humanidad: grande,
ordenada, poderosa como lo era en tiempos del primer emperador, Augusto” (en
Kostof 1978: 278). Estas intenciones se intentarían llevar a la práctica con las
actuaciones practicadas en el foro, en la zona donde se construiría la Via
dell’Imperio, en el Mausoleo de Augusto, el Ara Pacis y el cercano puerto de Ostia
(Kostof 1978). La premura y el grado de destrucción de la Roma medieval y
moderna que tal cambio de imagen de Roma conllevarían han suscitado duras
críticas posteriormente (Kostof 1978; Manacorda y Tamassia 1985; Moatti 1993:
141-2; Stone 1999). Sin embargo, Roma no sería la única en pasar por el bisturí
arqueológico-arquitectónico. Otras ciudades seguirían su rastro, siendo ejemplos de
ésto tanto centros turísticos como Rímini (Laurence 1999), como {FINAL DE LA
PÁGINA 39} poblaciones como Trieste situadas en zonas de reciente anexión y por
tanto donde la identificación de la población con el concepto de italianità – la versión
ad hoc de la romanità – estaba encontrando problemas (Bandelli 1991; Sluga 1999:
179). La arqueología también se emplearía en las colonias como forma de legitimar
el dominio fascista en ellas, desde Libia (Altekamp 1994) hasta Albania (Gilkes y Miraj 2000), de alguna manera como ya venía haciendo la Italia pre-fascista desde
finales del siglo XIX (La Rosa 1986; Petricioli 1990).
La maquinaria propagandística del poder fascista hizo empleo de las exposiciones
grandiosas como medio de reforzar su credibilidad. Dada la importancia del modelo
de la Roma clásica y en concreto de la imagen de Augusto no es de extrañar el éxito
obtenido por la magna exhibición celebrada en ocasión del 2000 aniversario del
nacimiento de Augusto en el 68 a.C. La idea de organizar la Mostra augustea della
romanità se la había sugerido en 1932 Giulio Quirinio Giglioli – el director del Museo
del Imperio – al Duce (Cagnetta 1976: 147). Cinco años despúes Giglioli inauguraría
la muestra expresando su gratitud al Duce, dándole las gracias a él y a la Italia
fascista por haber hecho posible la exposición, para terminar recordando las
palabras del Duce: “Italianos, dejemos que la gloria del pasado sea superada por la
gloria del futuro” (en Silverio 1983: 88). La Mostra abriría sus puertas por un año en
1937 y sería visitada por más de un millón de personas, de las cuales veinte mil lo
harían en el último día. La Mostra se organizaría como una metáfora de los valores
eternos de la romanità: en la entrada una cita de Mussolini urgía a los italianos a
“hacer posible que las glorias del pasado queden superadas por las futuras” y esta
cita se enmarcaba junto a dos estatuas, una del propio Mussolini y otra de Augusto,
haciendo evidente la conexión histórica – casi espiritual – de ambos personajes.
Este mensaje se veía repetido en la exposición: Mussolini era el nuevo Augusto
promoviendo leyes, orden, paz y prosperidad (Silverio 1983). El fascismo italiano,
por lo tanto, quedaba identificado como el heredero natural de la pasada grandeza
romana. La conexión entre pasado y presente se subrayaba en la última sala
 dedicada a “la inmortalidad de la idea de Roma: el renacimiento del imperio en la
Italia fascista” (Kostof 1978: 303), conexión que quedaba aún más patente al
inaugurar esta exposición el mismo dia que la Mostra della Rivolutione Fascista.

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